Caminaban
de la mano, estrechamente agarrados, paseando bajo el atardecer de un
verano no muy caluroso. Él la miraba de reojo y ella se sonrojaba
tímidamente.
Sus
zapatos de tacón resonaban con ligeros toques contra el asfalto,
costándole coger el paso de su amante; andaba demasiado rápido.
Pequeñas
gotas de agua calenturienta comenzaron a caer sobre sus hombros
desnudos y se quitó el sombrero, deshaciendo su moño improvisado y
dejando al aire su melena dorada para que se empapara de lluvia
veraniega.
Él
la observa con una expresión de rareza en su cara y ella lo miró a
los ojos.
-¿Ocurre
algo? -le preguntó.
-No...Nada,
sólo es que pensé que no querrías mojarte.
-¿Y
quedarme con este calor? ¿Acaso tiene algo de malo mojarse en pleno
verano en una de sus bonitas tormentas?
Sonrió
abatido y vencido por el carácter y filosofía de su amada.
-Supongo
que no... Mi preocupación es que enfermes.
La
lluvia comenzó a apretar y pronto comenzaron a caer grandes
cantidades de agua sobre los enamorados. La fina camisa de seda de él,
empapada completamente, transparentaba su cuerpo fibroso, y su
cabello, de punta, yacía empapado y brillante mientras las gotas
paseaban sensualmente por su rostro y ella, quien portaba un vestido
blanco, amplio y fresco, marcaba delicadamente su diminuto y moldeado
cuerpo, hasta la más mínima curva y tonalidad de la piel.
-No
pienso enfermar... Dime algo.- le dijo ella. -¿Qué harías si no
tuvieras miedo?
Soltó
una carcajada desafiante pero a la vez llena de sentimientos hacia su
querida.
-¿Y
tú?
-Pregunté
yo primero.
-Las
damas delante.
-De
acuerdo..-dijo pensativa, la chica mientras descalzaba sus pequeños
pies morenos por el sol.
Comenzó
a bailar sobre la carretera cual bailarina que calza puntas de
ballet.
El
amante sonreía lleno de ternura, acariciando con sus ojos el cuerpo
de su chica.
Paró
en seco, justo delante de él.
-Tu
turno.
Miró
hacia los lados comprobando que nadie se hallaba por aquellas calles
y le susurró al oído:
-Déjate
llevar, no importa el lugar, no importa el sitio, piensa que sólo
importamos tú y yo.
Ella
asintió en un golpe de cabeza y acto seguido, la besó como si nunca
más volviese a hacerlo y la tocó como ningún otro lo haría jamás