Debí suponerlo, debí suponer que los hombres como él nunca cambian. Que aunque ese carácter zalamero y mujeriego me excite, debí suponer que aunque fuera esa persona especial que jamás encontró, también sería una más en el terreno del respeto y la infidelidad.
Siempre debes esperarte de un hombre cualquier cosa, cualquiera, incluso esa, porque por mucho que te quiera, por mucho que te ame, incluso si llega a no concebir la vida sin ti, un hombre puede llegar a serte infiel, aunque no te lo esperes, aunque no se lo proponga, pues a veces, necesitan besar otros labios, saborear otra boca e intercambiar su saliva con una distinta a la tuya para sentir el vuelco en su corazón que les hace ver quién realmente es su hembra. El vuelco definitivo para nombrar la hembra definitiva. Claro que quieren y aman, sólo que a su manera, si bien puede no servir esa forma peculiar y suya de querer y amar.
domingo, 21 de diciembre de 2014
lunes, 27 de enero de 2014
La magia de la juventud
Caminaban
de la mano, estrechamente agarrados, paseando bajo el atardecer de un
verano no muy caluroso. Él la miraba de reojo y ella se sonrojaba
tímidamente.
Sus
zapatos de tacón resonaban con ligeros toques contra el asfalto,
costándole coger el paso de su amante; andaba demasiado rápido.
Pequeñas
gotas de agua calenturienta comenzaron a caer sobre sus hombros
desnudos y se quitó el sombrero, deshaciendo su moño improvisado y
dejando al aire su melena dorada para que se empapara de lluvia
veraniega.
Él
la observa con una expresión de rareza en su cara y ella lo miró a
los ojos.
-¿Ocurre
algo? -le preguntó.
-No...Nada,
sólo es que pensé que no querrías mojarte.
-¿Y
quedarme con este calor? ¿Acaso tiene algo de malo mojarse en pleno
verano en una de sus bonitas tormentas?
Sonrió
abatido y vencido por el carácter y filosofía de su amada.
-Supongo
que no... Mi preocupación es que enfermes.
La
lluvia comenzó a apretar y pronto comenzaron a caer grandes
cantidades de agua sobre los enamorados. La fina camisa de seda de él,
empapada completamente, transparentaba su cuerpo fibroso, y su
cabello, de punta, yacía empapado y brillante mientras las gotas
paseaban sensualmente por su rostro y ella, quien portaba un vestido
blanco, amplio y fresco, marcaba delicadamente su diminuto y moldeado
cuerpo, hasta la más mínima curva y tonalidad de la piel.
-No
pienso enfermar... Dime algo.- le dijo ella. -¿Qué harías si no
tuvieras miedo?
Soltó
una carcajada desafiante pero a la vez llena de sentimientos hacia su
querida.
-¿Y
tú?
-Pregunté
yo primero.
-Las
damas delante.
-De
acuerdo..-dijo pensativa, la chica mientras descalzaba sus pequeños
pies morenos por el sol.
Comenzó
a bailar sobre la carretera cual bailarina que calza puntas de
ballet.
El
amante sonreía lleno de ternura, acariciando con sus ojos el cuerpo
de su chica.
Paró
en seco, justo delante de él.
-Tu
turno.
Miró
hacia los lados comprobando que nadie se hallaba por aquellas calles
y le susurró al oído:
-Déjate
llevar, no importa el lugar, no importa el sitio, piensa que sólo
importamos tú y yo.
Ella
asintió en un golpe de cabeza y acto seguido, la besó como si nunca
más volviese a hacerlo y la tocó como ningún otro lo haría jamás
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