domingo, 22 de septiembre de 2013

El sexo fuerte

Nacen guerreras, pisando fuerte, soltando con rabia sus primeras lágrimas nada más ser dadas a luz. Son caprichosas, celosas, manipuladoras, bipolares, presumidas, soñadoras y fuertes, sobre todas las cosas, son fuertes. Padecen la menstruación, el dolor de su primera vez, el sufrimiento de un parto y el coraje, sobre todo hoy en día, de ver a su familia feliz. Trabajan dentro y fuera de casa, leen cuentos, limpian, hacen desayuno, comida, merienda y cena, van a la compra, planchan, lavan y cosen, ven la tele y por la noche satisfacen a su pareja y aún así al día siguiente sus pilas siguen estando a cien.
En cambio, a pesar de todas estas cosas a favor, están infravaloradas por la sociedad, son insultadas a las que las satisface de manera extraordinaria practicar el sexo, ultrajadas las que por azar o destino trabajan en la noche, explotadas las que se prostituyen por alimentar las bocas de sus niños, golpeadas por antojo de sus maridos cuando algo va mal, al igual que las infravaloran económicamente en el mismo puesto de trabajo en el que un hombre cobraría más cantidad.
¿Por qué? ¿Por qué si hacen todo esto y más son despreciadas de esta manera? La sociedad cree que es el sexo débil porque vivimos en una sociedad retrógrada (aunque no es la única, las hay peores), una sociedad donde ellas, el sexo débil, no tienen derecho a un salario en igualdad de condiciones que el de los hombres, donde parece pecado que disfruten del sexo, donde hay trabajos en los que solo está bien visto que trabajen los hombres, donde se les golpea para hacerlas callar y donde no pueden alzar su voz.
Aquellos hombres que disfrutan viéndolas en el suelo son los mismos que cuando ven a una mujer de verdad se acojonan, los mismos que lloran por ellas cuando les tocan la patata y al igual no vuelven a amar a otra.
¿Ellas el sexo débil? ¡Ellas el sexo fuerte! ¿Feminista? Puede, pero donde esté una mujer, que se aparten mil hombres.

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